Una de esas frases de mi madre que siempre tendré en mi cabeza es la de «deja al crío que lo haga, que se equivoque y lo vea por sí mismo». Y es que en este mundo de la elaboración casera de cerveza estamos rodeados de opiniones de todo tipo y condición, como ocurre en otras muchas situaciones, pero en una afición donde además entran en juego análisis sensoriales y gustos personales, el rango entre lo que «no está nada mal» y «tira eso por el fregadero» en ocasiones es mucho más amplio de lo que a veces nos imaginamos.
El por qué de esta entrada no es ni más ni menos que el comentar los resultados del que fue mi primera cerveza lager elaborada en casa, o más bien, abandonada a su suerte durante varios días en un trastero a 15 ºC en las semanas más frías del pasado invierno.
La idea inicial era intentar reproducir el «método rápido» para fermentaciones lager (ver aquí) que varios amigos sé que usan con éxito, pero con la «pequeña diferencia» de que ellos tienen una nevera con control de temperatura y yo tengo un trastero en el que hace frío. Siguiendo esta premisa, y usando la levadura 34/70 de Fermentis (con muy buena fama entre los que la usan), dejé el fermentador diez días esperando a que la levadura trabajase tranquilamente. Si nos fijamos en las características técnicas especificadas por el fabricante, vemos que habla de un rango ideal de temperatura de trabajo de entre 12-15 ºC. Estando mi trastero a 14-15 ºC, al menos había que intentarlo.
Tras esos diez días, llevé el fermentador a casa para terminar la fermentación a 20 ºC. En este punto la densidad estaba en 1014-1015 (partíamos de 1052), y esperaba que bajase otros cuatro o cinco puntos, como así ocurrió finalmente (acabó en 1010). Después de otros seis días, saqué la cerveza del fermentador, pasando seis litros a una garrafa que mantuve en la nevera otras dos semanas en frío, embotellando el resto ese mismo día.