Edimburgo y el cambio climático…

He tardado más de la cuenta en escribir la segunda parte de nuestra visita veraniega a las tierras de William Wallace (solo como anécdota, parece que no están muy contentos con la película por allí, ni con que el actor principal midiera una cuarta menos que su querido guerrero…), pero es que este verano ha sido muy largo en Madrid, he tenido aparcada toda la actividad cervecera hasta hace unas semanas, que por fin he vuelto a elaborar, aunque eso ya será para otro día.

Volvemos al mes de julio, Edimburgo, nuestra maleta con varias capas de ropa por aquello de que es el norte de Europa, nos han dicho que hace «fresco» incluso en verano. Pues bien, al segundo día estábamos en pantalón corto, manga corta, gorra y protección solar, y pasando calorcete en los autobuses de la capital escocesa. Lo que no imaginábamos era que eso, comparado con lo que nos encontraríamos en los pubs, sería casi como una agradable brisa primaveral…

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Tras la mañana cumpliendo con los estándares turísticos de la zona, tocaba comer, y viendo que teníamos muy a mano algunos pubs con varias cervezas en cask, entramos en uno que tenía buena pinta, nos sentamos en la mesa, y en cuestión de menos de cinco minutos nos volvimos a levantar para salir de allí del agobio que nos entró debido al calor que hacía. Tuvimos suerte en encontrar hueco en la terraza, que no era precisamente la mejor de la ciudad, pero se podía respirar…

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Sin darme cuenta, pedí una pinta en cask para mi, y otra de la lager habitual de la zona (Tennent’s). Craso error por mi parte. Los lineales con las preciosas bombas de mano nublaron mi juicio a la hora de encargar la bebida. Al menos estaba buena y tenía poco alcohol, por lo que duró poco en el vaso (¡no se fuera a calentar más!). Lo siguiente fue una sidra de la zona, a la que reconozco acabé añadiendo un par de hielos del vaso de agua que, atención, los camareros ofrecían a todos los que se acercaban a la barra a pedir algo. Ellos estaban sudando la gota gorda, pero aguantando como campeones.

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Esta fue un poco la tónica habitual los siguientes dos días, que arruinaron la visita a The Hanging Bat, supuestamente uno de los mejores bares de cerveza de la ciudad, pero con un horrendo olor a humanidad que nos obligó a tomarnos nuestra consumición (en mi caso, de nuevo sidra) en una sucia y nada agradable terraza (esto ya no era culpa de la ola de calor…), ya que nos habíamos dado un buen paseo para llegar hasta allí y queríamos descansar. Lástima.

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The Bow Bar

Otra de las visitas que tenía muchas ganas, y que lamentablemente no salieron como me hubiera gustado, fue la que hicimos a The Bow Bar. Local conocido por los amantes del whisky especialmente, aunque con unos cuantos tiradores de cerveza, casi todos en cask, pero no servidos con bomba de mano en este caso. De nuevo, mucho calor dentro, aunque algo más soportable que en otros locales. Nos tomamos una pinta, y se nos quitaron las ganas de tomar otra, que muy probablemente hubiéramos bebido en otras circunstancias.

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Y es que la ciudad no está preparada para ese calor, los edificios están más bien pensados para resguardarse del frío, la mayoría no tienen ventanas (sí ventanales) por las que ventilar o hacer correr el aire, y el aire acondicionado tampoco es algo que, por el momento, abunde por allí. Mucho me temo que con lo que hemos vivido este año, y con lo que está por llegar, algunas zonas del norte de Europa se tendrán que ir adaptando más bien rápido, y en cuanto a la cerveza se refiere, al acondicionamiento y servicio a «temperatura ambiente», me da le van a tener que dar una vuelta también. Una de las últimas pintas en cask la tuve que devolver tras el primer sorbo, cuando se la llevé al camarero, me dio las gracias por avisarle, cerró el grifo y me ofreció otra a elegir entre todos los demás grifos.

Por suerte la última jornada completa del viaje, volvió el fresco y pudimos disfrutar un poco más de la ciudad (que por cierto es muy recomendable), de la cerveza, y del interior de los locales.

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